20 de agosto de 2017

Mujer, qué grande es tu fe, dice el Señor


 "MUJER, QUÉ GRANDE ES TU FE", DICE EL SEÑOR

Por Antonio García-Moreno

1.- ¿JUSTICIA SIN DERECHO?- El hombre tiende de por sí a la anarquía. Sobre todo el hombre de hoy, sensibilizado especialmente en contra de cuanto pueda suponer un límite a su libertad, algo que le ate y le sujete. Por eso hay en algunos sectores de la sociedad una especie de fobia a cuanto signifique derecho, orden preconcebido.

Por otra parte, existe también un deseo vivo de justicia. Tanto que ha venido a ser uno de los "leit motiv" más usados en todos los campos, sea el político, el social, el cultural, o el religioso. Aunque menos, sigue estando de moda el hablar de justicia, hasta convertir el tema en algo manido y rutinario, en un tópico.

Es una evidente contradicción, una de esas extrañas paradojas que suelen darse en la vida de los hombres. Porque es evidente que para que haya justicia ha de existir un derecho que regule las relaciones de los hombres, una norma que encauce y señale las respectivas obligaciones y los correspondientes derechos. Sin una ley, los hombres, está clarísimo, se convierten en unos "sin ley".

Libertad, sí, pero para todos. Para los fuertes y para los débiles. Además, de qué sirve ser libres si, en el ejercicio de su libertad, los hombres se destruyen a sí mismos. Los hombres no son islas, no son piezas sueltas. Todos formamos un racimo, un engranaje, un conjunto de ruedas dentadas y engranadas. Por eso sólo servimos si estamos bien ensamblados los unos con los otros, bien ajustados.

Ajustados, que no es lo mismo que esclavizados. Uno no se puede sentir maniatado por el hecho de abrocharse el cinturón de seguridad al conducir, ni se puede pensar que uno está coartado por tener a lo largo del camino unas señales que limiten la velocidad o prevengan, simplemente, un determinado peligro... Somos libres, Dios nos quiere libres, Cristo nos ha liberado de la auténtica esclavitud, la del pecado, y nos ha transmitido la libertad de los hijos de Dios. Una libertad racional y no animal, una libertad que se conjuga perfectamente con la ley, con el derecho. Una libertad serena y responsable, que realiza el maravilloso prodigio de un orden de cosas en donde reina de verdad la justicia.

2.- TAMBIÉN LOS PERROS.- Esta es una de las pocas veces en que Jesús sale de los límites de Palestina. Con ello se iniciaba la evangelización de los gentiles, que más tarde llevarán a cabo los apóstoles, especialmente san Pablo. Tiro y Sidón estaban al norte de Galilea. Eran antiguas ciudades fenicias que se distinguían por la riqueza de su comercio marítimo. Hasta allí había llegado la fama de Jesucristo, como lo confirma el hecho de que una mujer de aquellas regiones acuda al Señor para rogarle por la curación de su hija enferma.

Pero Jesús parece no oírla siquiera. Los discípulos interceden para que la atienda. Y el Señor afirma entonces que sólo ha sido enviado para atender a las ovejas descarriadas de Israel. Ante esta respuesta los apóstoles no insisten, pero la mujer sí. Se acerca más aún a Jesús y, de rodillas, le implora que cure a su hija. La contestación de Cristo es dura, desconcertante y casi cruel: "No está bien echar a los perros el pan de los hijos". Pero ella no ceja en su empeño, en su humilde petición. No se molesta por las palabras hirientes de Cristo. También los perros, Señor, comen de las migajas que caen de la mesa. Su respuesta, tan llena de fe y humildad, acaba por desarmar al Señor, que con su actitud de repulsa estaba probando el amor y la fe de aquella sirofenicia.

Para que los elegidos de Israel aprendieran de aquella cananea el modo de pedir y de confiar, de insistir y de humillarse. "Mujer, qué grande es tu fe", le dice Jesús. Y el milagro se produjo. No fueron las migajas sobrantes y caídas al suelo lo que el Señor dio a la mujer aquella, sino el pan tierno y blanco de su amor y poder infinitos. Fue un hecho más de los que anunciaban que la salvación se extendería a todos los pueblos. Las fronteras no existirían para la difusión de la Palabra que, como semilla alada que el viento arrastra hasta los lugares más recónditos, se dejaría escuchar por todos los rincones del mundo, y así será por todos los siglos que dure la Historia.

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