17 de septiembre de 2017

Perdonar siempre



PERDONAR SIEMPRE

Por Antonio García-Moreno

1.- APACÍGUATE.- "El furor y la cólera son odiosos: el pecador los posee" (Si 27, 33)Qué fácilmente surge el furor y la cólera ante una ofensa, ante una acción injusta, ante quien nos hiere de alguna forma. Aunque a veces sea tan sólo un adelantamiento en automóvil, más o menos indebido, por alguien que tiene más prisa que nosotros. Cuánto enfado y mal humor se acumula en las carreteras, en las calles y plazas de nuestras ciudades. Cuánto insulto, cuánta palabra malsonante, medio reprimida o soltada, de modo incontrolado y a borbotones.

Y también hay enfados en el hogar. Convirtiendo en una especie de infierno o de verdadero purgatorio, lo que tiene que ser lugar de descanso, como un anticipo del paraíso. Por desgracia muchos, y muchas, parecen reprimirse y acumular mal humor, tapándolo con una sonrisa, para dar rienda suelta y verter todo ese mal talante cuando se entra en casa, amargando la vida a los familiares.

Recuerda la muerte y guarda los mandamientos, acuérdate de la voluntad de Dios y no te enojes con el prójimo... Apacíguate, hombre, apacíguate. Toma la vida con sentido del humor, toma a risa eso que te crispa los nervios. Si lo consigues, entonces serás más feliz, más dueño de la situación. Hay que tener señorío sobre las circunstancias, por adversas que sean. Con ello seremos más felices, y haremos más felices a los demás.

Perdona la ofensa al prójimo, y se te perdonarán tus pecados. En caso contrario no esperemos que Dios nos perdone. Sería como pedir el perdón al padre y negárselo al hijo. Eso es absurdo, e indigno. Por eso Dios cierra las puertas de su perdón al que se niega a perdonar a los demás.

Los demás. Es decir, nuestros hermanos. También a los que no conocemos, o a esos que nos resultan antipáticos o incompatibles con uno mismo... Todos los hombres son dignos de nuestro perdón. Si Cristo los perdonó, quiénes somos nosotros para condenarlos. A los que Jesús redimió con el precio de su sangre, no podemos, en modo alguno, despreciar. A los que Cristo amó hasta entregar su vida por ellos, a esos nos los podemos mirar con indiferencia y mucho menos con odio... Mirar con simpatía a todo el mundo, abiertos a la amistad y la comprensión.

2.- EL PERDÓN DE LAS OFENSAS.- Pedro habla a Jesús con una gran confianza, le pregunta con sencillez. De esta forma nos enseña que también nosotros nos hemos de dirigir a Dios con la misma actitud. El Señor que está en los cielos quiere que le hablemos como un hijo lo hace con su padre, persuadidos de que nos escucha con atención y con el deseo de ayudarnos.

Por otra parte, la pregunta de San Pedro la podemos hacer nuestra. También nosotros recibimos ofensas que, en ocasiones, nos cuesta mucho perdonar, también nosotros hemos pensado, quizás, que la paciencia tiene un límite. Pedro pone como medida el perdonar siete veces. Es posible que pensara que se quedaba corto en el cálculo de las ofensas recibidas, pues difícilmente se ofende a una persona siete veces y siete veces se le pide perdón. Pero el Señor, de modo inesperado, le multiplica por diez aquel número. En realidad aquella respuesta equivalía a un perdonar siempre, por muy grande que fuese la ofensa recibida.

Para corroborar su respuesta le expone una parábola que no da lugar a dudas. La comparación entre la deuda del amo y la del siervo arroja una diferencia abismal, teniendo en cuenta que un talento equivalía a seis mil denarios. A pesar de esa diferencia, no hay punto de comparación entre la ofensa hecha a Dios y la que se pueda hacer a un hombre. Por mucho que nos ofendan, nunca la ofensa tendrá la gravedad que tiene toda ofensa que se hace a Dios.

Pues si el Señor nos perdona las ofensas que le hacemos, cómo no vamos nosotros a perdonar las ofensas que nos hagan. Es este un punto claro e incontrovertible del mensaje cristiano, repetido por el Maestro en otras ocasiones. Recordemos, sobre todo, la oración del Padrenuestro. En ella se formula con precisión que para ser perdonados por Dios nuestro Padre, hemos de perdonar de la misma manera a cuantos nos ofendieron.

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