31 de diciembre de 2017

VIDA SENCILLA Y HUMILDE… MARAVILLOSA




VIDA SENCILLA Y HUMILDE… MARAVILLOSA

Por Antonio García-Moreno

1.- LA DIGNIDAD EXCELSA DE LOS PADRES.- "Dios hace al padre más respetable que a los hijos y afirma la autoridad de la madre sobre la prole" (Qo 3, 3) Hay un orden natural que el Creador ha establecido desde el principio y que debe durar hasta el final El padre merece el respeto y la veneración de los hijos. Estos, al fin y al cabo, le deben la vida, que es lo más grande y hermoso que el hombre ha recibido. Además, a nuestros padres debemos de ordinario lo que somos. Ellos nos iniciaron en el camino que hemos recorrido y se sacrificaron -a veces de forma heroica- para sacarnos adelante. Se desvelaron sin tregua cuando fue necesario, se preocuparon por nuestro bien, sufrieron y lloraron por nuestro mal.

Por todo eso son merecedores de nuestra gratitud, de todos los sacrificios que sean precisos para atenderles y cuidarlos. Con ello no haremos sino cumplir con nuestro deber, pagar una deuda pendiente, saldar una cuenta antigua e ineludible. Además de ser un deber de estricta justicia, Dios ha querido que sea también la mejor manifestación de una auténtica caridad. Por eso el Señor valora y paga con creces cuanto hagamos por nuestros padres. Si no amamos con obras a los nuestros, difícilmente podremos amar, según Dios, a los demás.

"Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas." (Qo 3, 14) La exhortación del texto inspirado adquiere tonos de gran ternura. Así nos hace comprender lo importante que es cuanto dice. Nos explica que nuestros padres son, en cierto modo, los representantes de Dios, los instrumentos de que él se ha valido para traernos a la existencia. De ahí que ofender a un padre es ofender, de forma singular, al mismo Dios de quien, según San Pablo, procede toda paternidad.

Hay que ser constantes en el cumplimiento de este entrañable precepto. Sin embargo, hay momentos en los que su obligatoriedad adquiere una fuerza particular. Así nos lo enseña el autor inspirado cuando nos recomienda que nunca abandonemos a nuestros padres, que seamos siempre indulgentes y comprensivos con ellos, también, y sobre todo, cuando los años los han rendido. Ese período senil en que se vuelven como niños, exigentes y raros quizá, intemperantes e impacientes, desequilibrados acaso por el paso de los días y el peso de las penas.

 Son momentos difíciles en los que nuestra paciencia se pondrá a prueba de mil maneras; tiempo demasiado largo quizá en el que demostrar nuestra gratitud de hijos buenos. Ahí nos espera Dios de modo único, nos da una ocasión irrepetible de practicar su divina ley de amor. Si cumplimos con nuestra obligación, estemos seguros de que Dios nos lo tendrá muy en cuenta a la hora del juicio.

2.- QUE DIOS TE BENDIGA.- "Dichoso el que teme al Señor..." (Sal 127, 1) Parece contradictorio que haya dicha cuando hay temor, parece imposible que coexistan la felicidad y el miedo. Y digo parece, porque Dios no puede afirmar una cosa tan absurda, y mucho menos tratar de engañarnos con una frase que, si se toma como parece a primera vista, es contraria en sí misma. Lo que ocurre es que las palabras hay que entenderlas, atendiendo ante todo a lo que se quiere decir, y no contentándose con lo que parece decir.

"Dichoso el que teme al Señor": El que tema al Señor guardará sus mandamientos, andará por los caminos señalados por la sabiduría divina. Por eso precisamente será muy dichoso... Nadie como Dios conoce lo que es bueno, nadie como él sabe lo que nos beneficia, y nadie como él puede concedernos lo que necesitamos para alcanzar esa dicha, que todos y cada uno anhelamos desde lo más íntimo de nuestro corazón.

 "Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien" (Sal 127, 2) Es lógico que sea así. Y también es justo que ocurra de ese modo. Si somos fieles a Dios, si buscamos agradarle en todo, si cumplimos con esmero su voluntad santísima, entonces el Señor nos mira con un especial cariño, se siente inclinado amorosamente hacia nosotros. Es lo mismo que ocurre con un padre respecto de los hijos que se portan bien. El cariño crece cuando es correspondido, y los beneficios y favores se multiplican cuando quien los recibe es agradecido.

Así, pues, para quienes cumplen con fidelidad los planes de Dios desciende la bendición del salmo responsorial de la Misa de hoy: "Comerás del fruto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Tu mujer como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos como renuevos de olivo alrededor de tu mesa. Esta es la bendición del hombre que teme al Señor. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida".

3.- ELLOS SON FAMILIA.- "Hermanos: Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado" (Col 3, 12) La Santa Madre Iglesia tiene en su liturgia una dominica dedicada a la familia. Todos los años por estas fechas habla de esta realidad tan entrañable y tan humana que es la familia. Ese grupo de seres que viven juntos los acontecimientos más importantes de la vida: el nacimiento, la niñez, la adolescencia, la juventud, la madurez, la ancianidad, la muerte, la esperanza en la Resurrección... Estos días son eminentemente familiares, días para estar juntos, para convivir más cerca que nunca.

San Pablo nos recuerda que somos el pueblo elegido por Dios, que somos hijos suyos y que por tanto hemos de comportarnos como tales. De modo especial en nuestra vida de hogar, en donde pasamos la mayor parte de nuestra existencia. En casa, nuestra actitud habitual ha de ser de misericordia entrañable, de bondad, de humildad, de dulzura y de comprensión. El Apóstol nos sigue diciendo que el Señor nos ha perdonado y que, por consiguiente, también hemos de hacer lo mismo cada uno de nosotros. Y por encima de todo y siempre el amor, que es el ceñidor de la paz consumada... Familia en paz, bendición de Dios que la Iglesia pide y desea para todos los hombres. Y es que si vivimos en un ambiente familiar en el que reine la paz y la alegría de Dios, todas nuestras dificultades están superadas.

"Y sed agradecidos: La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza...” (Col 3,16) Hay unos miembros de la familia que merecen una atención particular. Dentro de esta institución natural y humana -repito, humana-, esas personas a las que me refiero tienen una categoría especialísima. En realidad ellos son los que hicieron posible esa familia. Me refiero a los ancianos, a esos hombres gastados por la vida, heridos sin remedio por el tiempo. Esas mujeres cansadas, con el peso implacable de los años sobre sus espaldas.

Ancianos que saben de luchas y de lágrimas, de trabajos y de sacrificios, de hondas ingratitudes y de olvidos imperdonables. Ellos se lo merecen todo, ellos han de ser los primeros, mucho antes que los hijos. Y esto por un deber de estricta justicia. Ellos, sean como sean o hayan sido como hayan sido, ellos nos han dado lo mejor que tenemos: ¡la vida!... Dios ha querido que el primer mandamiento de los siete dedicados al prójimo sea precisamente el referente a los padres. Por eso, no amar a los padres es un grave pecado, y si son ancianos un gravísimo pecado.

4.- PONER A DIOS EN EL CENTRO.- "Cuando llegó el tiempo de la purificación de María..." (Lc 2, 22) Dentro del tiempo de Navidad celebra la liturgia la fiesta de la Sagrada Familia. Con ello intenta la Iglesia que los creyentes, y todos los hombres, fijemos la mirada en ese hogar de Nazaret, donde se desarrolló la vida sencilla y humilde, maravillosa como ninguna otra, de Jesús, María y José, la Trinidad en la tierra como la llamaron los clásicos de la literatura ascética.

Contemplación de la honradez de José, de la entrega amorosa de María, de la docilidad alegre de aquel Niño que es el mismo Dios. Mirar y aprender, comparar su vida con la nuestra. Repasar, a la luz diáfana y cálida de Nazaret, los rincones sucios y oscuros que se hayan ido formando con el paso del tiempo en nuestra propia familia. Seamos sinceros y reconozcamos que hay quizá serios descalabros, que pueden hundirnos en el marasmo que nos circunda. Posiblemente esto es lo primero que hemos de detectar, que la sociedad se nos pudre lentamente y que esa putrefacción ataca de forma particular a la familia, cimiento sólido de la vida humana.

La principal lección que hemos de aprender en este día, para ponerla para ponerla en práctica como remedio eficaz: Es preciso poner a Dios en el centro de nuestros hogares, hacer norma suprema el cumplimiento esmerado de la voluntad divina. Nos dice el Evangelio que "cuando llegó el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor...". Un detalle, como otros muchos, que ponen de relieve la profunda religiosidad de aquellas dos almas gemelas, la de María y la de José. Poner a Dios en el centro y cumplir, por encima de todo egoísmo y estrechez de miras, sus mandamientos. Es cierto que en ocasiones será costoso, pero no tanto como sufrir las consecuencias de nuestras pasiones y afán de comodidad.

 "El niño iba creciendo y robusteciéndose y se llenaba de sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba". Pues lo mismo que ocurría en el hogar de Nazaret, ocurrirá en los nuestros. Habrá paz y alegría, la dicha que siempre brota donde hay amor que sabe de renuncias y de comprensión. La unión indisoluble del matrimonio, elevado a sacramento por Jesucristo, se reforzará con el paso de los años. Y el ejemplo de unos padres que saben amar, sin desalientos ni veleidades, forjará a los hijos, capaces de realizar algo grande en la vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario